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EL ARTE QUE ESTÁ AHÍ. Más allá (o acá) del art trouve y -digámoslo- del arte


texto publicado en Revista (di)fusión, MTPAC 07, UCM, España.

En pleno día de sol, un paraguas cuelga entre las copas de los árboles. Solo o con la ayuda del viento, se hizo su camino hacia las alturas. Las ramas frenan su viaje al cielo. Bajando por Lavapiés, un montón de viejos teléfonos entrelazan sus cables hasta el infinito como acto de rebelión a llamadas olvidadas. En medio de la calle, una antigua muñeca desnuda intenta reptar hacia la vereda. “¡Está viva!”, grita una señora.

Atiborrados de toda clase de estímulos, mediales, intelectuales, emocionales, de pronto nos preguntamos si quedará aún algo, allá afuera, que consiga verdaderamente removernos. Los artistas, nos sumamos a esta angustia por el otro lado, intentando ridículamente “crear algo nuevo”, lograr impresionar y sacar a la gente de ese letargo producido por la hiperexaltación de los sentidos. Si bien todos esperamos o intentamos que aparezca algo realmente interesante, lo cierto es que ese algo no aparece, y seguimos en el mismo estado de nada frente al todo.

¿Apocalipsis de los sentidos?¿Exceso de ansias? Realmente no lo sé. Un maestro me dijo una vez que nada estaba perdido si existe aún la capacidad de asombro. Pienso que la pregunta realmente interesante es si es que eso ha desaparecido de verdad o no. Y más allá de la respuesta, luchar por que no se pierda. Por esto, y más que en busca de dar soluciones al problema o generar una apología a la experiencia estética aparentemente olvidada, lo que propongo es un ejercicio de los sentidos: aprender a ver el arte que está ahí.

Llamaré “arte que está ahí” a todas aquellas situaciones y/u objetos que podemos encontrar en nuestra cotidianidad y que por sus características o determinaciones espacio temporales pueden estimularnos a vivenciar una exaltación de nuestros sentidos, pensamientos y emociones. No pretendo clasificar esta experiencia como nueva ni determinar al “arte que está ahí” como un nuevo estilo o manifestación artística. Simplemente me parece interesante señalar algunas coordenadas que permitan su apreciación. Así, como esta “definición” que doy puede parecer muy amplia, intentaré generar una diferenciación y vinculación con otras formas artísticas hechas o determinadas a priori como tales por el hombre que presentan características similares.

En primer lugar nos encontramos con el “arte espontáneo”, también llamado "Art brut". Este estilo surge en Francia a mediados de los años cuarenta de la mano de Jean Dubuffet, quien lo define como: "Toda clase de producciones que presentan un carácter fuertemente imaginativo. Obras que apelan al fondo humano original y la invención espontánea y personal”[1]. El arte espontáneo toma y utiliza materiales de la realidad cotidiana, se interesa por los elementos que encuentra a su paso, por la materia en estado bruto; “… se trata de esa materia ordinaria que se encuentra directamente bajo nuestros pies y que a veces se pega a las suelas…”[2] .

Por otro lado, tenemos el caso del objet trouvé, un arte creado a partir del uso por lo general modificado de objetos a los que normalmente no prestaríamos más interés que a su función cotidiana y utilitaria. “El objeto tiene una existencia independiente, pero el artista actúa como el que, paseando por una playa, descubre una concha o una piedra pulida por el mar, se las lleva a casa y las coloca sobre una mesa, como si fueran objetos de arte que revelan su inesperada belleza”.[3] Marcel Duchamp es uno de los pioneros de esto a comienzos del siglo XX.

Si bien ambas corrientes por definición centran su atención en despertar a la imaginación con espontaneidad y- en especial el object trouvé- reciclar para el disfrute estético los productos serializados de la sociedad actual”[4], las dos son producciones, creaciones artísticas. Hay una intención determinada por un ejecutor de arte de ya sea re- utilizar un material cotidiano para generar una obra o sacar los objetos de su entorno usual para que fijemos nuestra vista en ellos y así los re- despertemos a otra vida… la vida del arte, por decirlo de alguna manera. “En el momento en que son aislados, “encuadrados”, ofrecidos a nuestra contemplación, estos objetos se cargan de un significado estético, como si hubieran sido manipulados por la mano de un autor”. [5]

Aquí entra en juego como factor primordial la actitud y determinación del artista, que bien crea espontáneamente (art brut) o se decide a fijar la mirada en un objeto especial y retirarlo de su entorno usual para re-fijar la mirada en él (objet trouvé). El centro de la actividad creadora es el artista, quien incluso supera al objeto en sí, ya que sin el ejecutor éste pierde por completo su existencia, más aún su ser en el mundo del arte.

Lo interesante del “arte que está ahí” es que no es hecho por nadie. Los objetos cobran aparentemente una vida propia y se ponen a sí mismos en lugares y situaciones especiales que los hacen atrayentes. Ahora bien, por cierto que puede existir una mano humana gestora de movimiento. El paraguas puede haber sido dejado por descuido en una ventana y luego volado hacia los árboles, los teléfonos y la muñeca tirados en la calle para ser recogidos por el camión de la basura. Pero incluso si vamos más allá y pensamos que esos objetos fueron puestos a posta en aquellos sitios por alguien, ese alguien es un ser absolutamente anónimo y goza de aquel acto sin nombre, es superado ampliamente por la situación que deja a su paso. La intencionalidad de este supuesto artista quedaría en un limbo “más acá o más allá” del objet trouvé, pues la nueva mirada que se da a los deshechos de la sociedad se hace en el seno de ella misma, en las calles, en las casas, en fin, en sitios no determinados a priori como artísticos, como hacía Duchamp al poner un inodoro en el museo. (El cual se autodetermina a sí mismo como “lugar de arte” por antonomasia).

Si apuntamos al tema del lugar, es importante aludir a lo que ya el artista polaco Jan Swidzinski en 1976 había definido como “arte contextual”. Para generar un manifiesto de su propia obra artística, este autor ponía de relieve el re- descubrir la realidad adaptándose a ella la obra de arte. Se otorga una importancia al contexto; “saliendo del museo, la obra de arte ya no está expresamente concebida para él y puede adherirse al mundo, a sus sobresaltos, ocupar los lugares más diversos, ofreciendo al espectador una experiencia sensible original”.[6]

Se incluyen aquí entonces “desde el arte de intervención y denuncia hasta las estrategias participativas de todo tipo.”[7]

Si bien el “arte contextual” plantea una problemática interesante con respecto al entorno en el cual se desarrolla la obra, hablamos una ve más de producciones artísticas, con objetivos concretos y predeterminados. Pero ¿qué sucede cuando estos propósitos son superados por la situación en la que se desarrollan?

Un caso interesante de analizar al respecto es el del teatro invisible del brasileño Augusto Boal, el cual consiste en una actuación en un lugar público de modo totalmente real y sin que el público se entere de que es ficticio. En estricto rigor, nadie sabe quiénes son los actores, ni quiénes los espectadores. Se genera así una dinámica en el espacio urbano donde el teatro opera como una herramienta de intervención socio-educativa, en la que se podría potenciar a la sociedad (Boal se refiere y dirige específicamente a las clases “oprimidas”) a “preparar acciones reales que le conduzcan a la propia liberación".[8] De este modo, el texto (la obra) “será modificado acorde a las circunstancias, para adecuarse a las intervenciones de los espect- actores”.[9]

Es importante considerar que tanto ejecutantes como receptores de esta experiencia la califican como muy potente, en el sentido de que se gesta una microrealidad dentro de la realidad cotidiana. Los actores llegan incluso a vivenciar la escena como si fuera real, confundiéndose los límites entre creación artística y situación encontrada. El protagonista de esta acción es superado así por el acto.

Podríamos hablar con Boal, entonces, de situaciones “que están ahí”, de auténticas escenas encontradas que tienen al humano como centro. Pero ¿puede el artista- ejecutor verdaderamente gozar del anonimato? En efecto este no es tal, pues el actor está inmerso en la situación en cuerpo presente. Cabría sólo preguntarse hasta qué punto puede en este “teatro” llegar a olvidarse el hecho de que se está “actuando”, o si es realmente posible no ser consciente de que hay un impacto de esta acción en el marco de lo público. El ego actoral se resiste entonces también a caer dentro de un auténtico “arte que está ahí”. Sin ir más lejos, el mismo Boal se da cuenta de esto y señala que, después de todo, “el teatro invisible es teatro…”[10]

Podríamos cuestionar ahora, por qué tendríamos que llamar “arte”, a situaciones que, por lo visto, sólo nos encontramos por casualidad y que son hechas, en su mayoría, también por azar. Sobre el carácter artístico del mismo arte contextual que ya he mencionado, el artista inglés Gustav Metzger dice: “la cuestión de si las obras que he expuesto son arte o no, me importa poco. Finalmente, estaría bastante contento de que no sea arte”.[11]

Respuestas, entonces, hay mil… y me atrevo a señalar algunas:

Por lo que nos produce, que es lo mismo y tal vez más que una obra artística “tradicional”. Porque nos pone alertas, nos inspira a un ejercicio de los sentidos, su existencia apela a nuestro deseo de despertar.

Porque son gratis. En todo sentido. Y la absoluta y sincera gratuidad de un acto para el goce estético es quizás lo más cercano que tenemos hoy a algo realmente humano en el mundo del arte. Porque nos dan alguna esperanza de que la realidad no es tan dura… y que hay resquicios de infinito en cada esquina… y porque al hallarlas podemos sentirnos, aunque sea por un rato, también creadores.

Y si bien me quedo con todas, quizás es esta última la que me convence más. El afirmar un acto de creación por parte del espectador consiste en centrar la atención en el acto de recepción de estas piezas. Si hablamos del arte del objet trouvé, por ejemplo, encontramos que éste tiene su centro en el artista. El “arte que está ahí”, por otro lado, tiene su razón de ser en el espectador, quien al fijar su mirada en el objeto y captar las potencialidades que este adquiere en el espacio y tiempo que se encuentra, le da un nuevo sentido, convirtiéndose así en el verdadero creador de la obra.

De este modo podemos subrayar la importancia de ejercitar los sentidos y la percepción, pues afirmamos la existencia de un artista para estas piezas; el paseante –observador… cualquiera de nosotros. Ya lo decía Borges, “el arte no estaría en el que escribe, ni en el que crea, sino en el que ve.”



[1] Dubuffet, Jean, “Notice sur la compagnie de l’art brut”, 1948, Laussane, archivos de la colección de Art Brut, en Peiry, Lucienne, “L’Art Brut”, Ed. Flammarion, Paris, 1997.

[2] André Peyre de Mandiargues, “Dubuffet, ou le point extrème”, 1956, en Eco, Humberto, “Historia de la Belleza”, Ed. Lumen, Barcelona 2005, pág. 407.

[3] Eco, Humberto, en Op. Cit, pág. 406.

[5] Eco, Humberto, en Op. Cit, pág. 406.

[6] Ardenne, Paul, “Un Arte Contextual, creación artística en medio urbano, en situación, de intervención, de participación”, Ed. Cendeac, Murcia 2006, pág. 22.

[7] Op. Cit, pág 16.

[8] http://es.wikipedia.org/wiki/Teatro_del_oprimido

[9] Boal, Augusto, “Games for Actors and non Actors”, 2nd edition, Routledge, NY, 2002, pág.277.

[10] Op. Cit, pág 277.

[11] Metzger, Gustav, “Note on recent Work 1972”, en Prismavis n. 4, Hovikkoden 1972, pág. 12

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